jueves, 15 de septiembre de 2016

POR LOS ALPES POLACOS, A LOS CÁRPATOS, HASTA BUDAPEST

Miércoles 14 de septiembre. Salimos temprano de Cracovia porque hoy nos espera un largo camino hasta Budapest. Más que largo en kilómetros, en dificultades, porque las carreteras no acompañan precisamente.
Nos dirigimos al sur, hacia la frontera con Eslovaquia, que es precisamente la zona más montañosa de Polonia, hasta el punto que la llaman los Alpes polacos. Son pocos los tramos de estas autovías tan sui generis que tienen en este país, con semáforos, giros a la izquierda, pasos de cebra, etc.
No tardamos en llegar a la frontera, y lo primero que hemos de hacer es pagar una especie de peaje por tener derecho a circular por el país; no ya por autovía alguna (inexistente), sino simplemente por circular. Diez euros, que valen para diez días.
(Quizá deberíamos tomar nota en España.)
Continuamos nuestro camino y nos adentramos en Eslovaquia, para atravesarla de norte a sur cruzando los Cárpatos. Ha cambiado el paisaje y todo es más verde. De autovías, nada.
Y llegamos a otra frontera. Pero vaya diferencia. Esta es grandiosa pues la conforma, nada más y nada menos, que el río Danubio. Pasamos de Eslovaquia a Hungría sorteando el enorme río a través de un puente de hierro en cuyo centro se nos delimita un país de otro.


Tanta belleza no nos libra de repetir el trámite fronterizo anterior. Otros diez euros para otros diez días, aunque esta vez parece que sí habrá autovías.
Y el primer pueblo húngaro que nos encontramos es Esztergon que nos sorprende gratamente. Así que decidimos parar y dar un paseo.


Cuando continuamos nuestro camino llevamos siempre el Danubio (aquí llamado Duna) a nuestra izquierda. Siguiendo su curso, no tardamos en llegar a Visegrad, población de la que ya teníamos noticia por su impresionante fortaleza en todo lo alto.
Es hora de comer, así que aplazamos la visita hasta reponer fuerzas convenientemente en un agradable lugar que encontramos a la orilla del río.


Lo que se ve en primer plano es gulash, plato típico húngaro a base de carne. Muy rico.
Cumplido el imprescindible trámite, ascendemos hacia la fortaleza, en coche, claro (ufff). Pero aún nos aguardan las inevitables escaleras y una rampa final de órdago.
Ciertamente, nos hubiéramos subido los tramos que hicieran falta para llegar a contemplar esto.
Son los meandros del Danubio. Sin palabras.


La fortaleza no está mal, pero ya casi es lo de menos.
Y seguimos hacia Budapest, a unos 40 kilómetros solo.
Vamos con tiempo de acomodarnos en nuestro hotel y dirigirnos al aeropuerto para recoger a unos amigos que llegan de Madrid, cuando nos informan de que llegarán con algo de retraso porque los controladores franceses están de paros. Casi nos alegramos porque así nos dará tiempo de descansar un poco.


Cuando les recogemos y volvemos a la ciudad ya es de noche, así que nos hacemos un tour panorámico con el coche. Una maravilla Budapest todo iluminado, partida en dos por el Danubio surcado por barcos también con sus luces.

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