jueves, 22 de septiembre de 2016

ESCALA EN WROCLAW

Praga nos despide con una fina lluvia pero buena temperatura.
A nosotros aún nos queda un día, pero nuestros amigos tienen que volver ya a Madrid. Les dejamos, pues, en el aeropuerto y nosotros vamos a buscar el camino hacia el norte que nos conducirá a Varsovia.
No resulta fácil abandonar Praga, debe ser que atrapa. El caso es que entre atascos, obras y la fina lluvia tardamos como una hora en alejarnos. Pocos tramos de doble carril hasta que llegamos a la frontera polaca que confluye también con la alemana. (De hecho, nos salimos de una rotonda y caímos en Götliz, Alemania.)
Una vez de nuevo en Polonia, ya todo es autopista hasta Varsovia. Qué diferencia con nuestro tortuoso camino de la capital hacia el sur rumbo a Cracovia.
Llegamos a Wroclaw un poco antes de las dos y aparcamos en el centro, junto a la Plaza del Mercado.


Nada más salir a la superficie, nos topamos con la catedral, un edificio de ladrillo, meritorio pero austero. Sobre todo en comparación con lo que nos han venido despachando todos estos días.


Nos dirigimos enseguida a la mencionada plaza, famosa con razón, con el Ayuntamiento en el centro, como parece ser costumbre por estas latitudes.
Damos un paseo y vemos un sitio para comer que nos atrae. Tiene la terraza protegida y unas estufas que no sobran, porque no hace mala temperatura pero ha refrescado.


Después de comer completamos la vuelta a la plaza, alguna foto y a seguir la ruta.


Los más de 300 kilómetros que nos separan de Varsovia los hacemos cómodamente por autopista y a eso de las siete llegamos al hotel que hemos reservado junto al aeropuerto Federico Chopin, desde donde mañana despegaremos hacia Madrid.
Así que fin de etapa, fin de viaje y fin de estas estupendas vacaciones, compartidas en este blog con quien así lo ha deseado. Nosotros hemos estado encantados. Esperamos que vosotros, aún desde la distancia, también.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

NUESTRA PRIMAVERA DE PRAGA

Recordábamos en el prólogo la llamada Primavera de Praga que hace casi 50 años supuso una esperanza de libertad y democracia en el oscuro panorama de los países del este de Europa.
Nosotros hemos tenido estos días nuestra propia primavera en esta increíble ciudad, y no solo por la climatología que ha despedido definitivamente el calor de días anteriores.
En este nuestro último día en Praga nos dirigimos al barrio judío. Pretendemos visitar las sinagogas y el viejo cementerio, que constituyen uno de los puntos más emblemáticos de la capital checa, así como recorrer sus calles, plagadas de edificios tan bonitos como este, y también de grupos de turistas.


Nuestra primera vista es a la Sinagoga Española, construida a finales del siglo XIX, de una belleza interior extraordinaria y cuyo estado de conservación es perfecto. Su denominación parece  deberse a su arquitectura y decoración de inspiración morisca que recuerdan a la Alhambra de Granada.


La siguiente es a la llamada Sinagoga Vieja-Nueva que, a pesar de su apellido, se remonta a finales del siglo XIII, y se le nota. Para entrar aquí se obliga a los hombres a ponerse en la cabeza la kipá.


Nos dirigimos después al cementerio judío por la callejuela que conduce hacia el lugar, asimismo abarrotada de gente. Visitamos primero el edificio anexo, que alberga una exposición con pinturas y objetos que explican los ritos de enterramiento.


Y después recorremos el cementerio propiamente dicho, donde se agolpan las lápidas mortuorias de manera casi caótica, algunas de ellas desde hace más de 500 años. Se estima que hay más de 12.000 tumbas, que acogieron a más de 100.000 judíos.
Finalizada tan inexcusable visita, decidimos huir de las aglomeraciones turísticas y tomar el metro hasta las afueras, donde tenemos noticias de la existencia de un lugar llamado Vysehrad, uno de los recintos amurallados medievales más notorios de Bohemia. Hoy es un tranquilo parque presidido por una notable iglesia.
Lo peor es la pronunciada y larga bajada, compensada por una buena vista con el Castillo de Praga al fondo, pero muy al fondo.
Llegamos al restaurante recomendado para comer y nos pasa como ayer: el "U Kroka" sólo tiene para comer cerdo y ensalada. Adiós. Y al lado nos aventuramos en otro donde comimos estupendamente, hasta con un buen vino tinto de Moravia por 10€ la botella. Comimos los cuatro ¡por menos de 50€! vino incluido. Es lo que tiene salirse de los circuitos turísticos.
Volvemos al centro en el metro hasta llegar a la Plaza de Wenceslao, otro de los puntos neurálgicos de Praga, presidido por el enorme museo en restauración. Animada y concurrida zona donde hacemos un alto en uno de los típicos cafés.
No acabaremos sin recordar que aquí nació Milos Forman, que hizo aparecer Praga como si fuera Viena para rodar en 1984 "Amadeus", película sobre la vida de Mozart y Salieri que ganaría los cuatro Oscar más importantes del año: mejor película, director, guión y actor para F. Murray Abraham.
Y poco más ya. Esto se va acabando. Nuestros amigos deciden dedicar este penúltimo rato a las compras y nosotros optamos por el descanso en el hotel, preparar este blog, etc.


Evidentemente, no podíamos irnos de Praga sin despedirnos de "nuestra" plaza. Un picoteo a modo de cena sirve de despedida. Hay quien tiene algo de frío, que se combate con una buena manta por encima. Se está bien, pero es cierto que ha bajado la temperatura.
Adiós, Praga. Volveremos.

martes, 20 de septiembre de 2016

DEL CASTILLO AL MONTE PETRIN, POR LAS ALTURAS DE PRAGA

Lunes 19 de Septiembre. Empieza el día con el mejor deseo de felicidad para una compañera de vida que cumple años en este día (no cometeré la descortesía de decir cuántos).
Continúa nublado y fresco, pero no llueve. Y es que ese empedrado humedecido de las calles de Praga recuerda que aquí rodó Tom Cruise la primera "Misión: Imposible" hace 20 años.
La siguiente obligación ineludible en Praga, por supuesto, es la zona del Castillo que preside la ciudad desde lo alto. Tomamos primero el metro, que nos deja en la base de la colina, y a continuación, para llegar hasta arriba, un tranvía equivocado (¡!) del que nos bajamos a medio camino para empalmar con el que corona la empinada cuesta.


Pero llegamos y accedemos al recinto, según los checos, el castillo más grande del mundo, fundado en el siglo X y que originalmente fue residencia de los príncipes y reyes checos. En la actualidad, es la residencia del presidente de la República Checa.


Sin lugar a dudas merece la pena la mañana que dedicamos al lugar. Sobre todo, la catedral de San Vito, espléndida; el viejo Palacio Real, otra basílica, otra capilla... 


Y la Callejuela del Oro, con sus casitas con diversas decoraciones y otras más en las que te venden de todo.
Y, por último, las magníficas vistas que se nos ofrecen de la ciudad, a pesar de que está nublado.


Nos armamos de valor y bajamos andando. Así que cuando llegamos abajo no quedó más remedio que detenernos a descansar. Era nuestra hora, y allí se presentó ante nosotros un pequeño y agradable bar mexicano (¡!) que nos supo a gloria.


De nuevo al metro para dirigirnos a la zona donde planeábamos comer y pasar la tarde. Un metro que interrumpió por completo el servicio por primera vez en su historia para que Ridley Scott rodara hace un par de años la recomendable película "El niño 44".
Lo primero íbamos a hacerlo en la taberna más antigua de Praga, llamada "U Fleku", pero casi antes de sentarnos pretendían servirnos unas jarras de cerveza negra que no habíamos pedido. Cuando las rechazamos nos dijeron, de malos modos, que no había otra, así que nos largamos. No lejos, encontramos otra parecida, llamada "U Bubenicku", donde comimos estupendamente y sin imposiciones. 


Por cierto, degustamos dos versiones distintas de gulash, plato típico de estas tierras a base de carne como estofada, riquísimo.
De camino hacia nuestro siguiente objetivo, el funicular, nuestro infalible radar detecta uno de los cafés también típicos de estas ciudades. No nos resistimos.
Cerca nos queda el funicular que sube al monte Petrin, un agradable parque con una réplica en pequeño de la Torre Eiffel y desde donde también hay una buena vista de la ciudad.
De nuevo al nivel del río, continuamos nuestro paseo hasta llegar a la iglesia donde se encuentra El Niño Jesús de Praga, famosa, venerada y diminuta imagen del pequeño hijo de Dios.


Seguimos para volver a cruzar el puente de Carlos y, tras el descanso obligado en el hotel, salimos a cenar a nuestra plaza preferida. Una rutina, vamos. Pero ¡qué rutina!

PRAGA, SIEMPRE PRAGA

Toca de nuevo madrugar para aprovechar lo más posible nuestro primer día en Praga, a donde llegamos a media mañana después de un complicado viaje porque nos equivocamos de carretera por coger la más directa. Se demuestra que la línea recta no siempre es el camino más corto. (Recomendación: de Viena a Brno y a Praga.) 
El tiempo ha cambiado. Si ya en Viena nos hizo mala tarde, aquí está nublado y ya de calor, nada. Amenaza lluvia.
Esta vez nuestro hotel está en el centro, a 300 metros de la Plaza de la Ciudad Vieja. Ahí es donde iniciamos nuestro habitual recorrido. Es este un lugar irrepetible. 


Pocas plazas tan bonitas como esta, con su peculiar torre del reloj (junto al cual hacemos parada y cerveza para observar la puesta en marcha del mecanismo cuando dan las dos), esa espléndida fuente, esa iglesia que incomprensiblemente tiene un edificio delante pero cuyas magníficas torres sobresalen dominadoras...


Ese otro templo donde se puede uno deleitar con magníficos conciertos vespertinos... En fin, un lugar donde uno puede quedarse horas contemplando el entorno sin cansarse. Seguro que no la veremos por última vez.
El siguiente lugar al que dirigirse no puede ser otro que el puente de Carlos también de los más atractivos que existen, cargado de esculturas y también de, quizá, demasiados tenderetes donde se venden todo tipo de chucherías.


Aquí estamos con la torre que da acceso al puente a nuestras espaldas. Mientras lo atravesamos nos vamos deteniendo a contemplar las vistas que se nos ofrecen, como la del Castillo de Praga con su impresionante catedral de San Vito, Wenceslao y Adalberto destacando en lo alto. 


Cruzamos el río Moldava y vamos a comer en uno de los restaurantes que se sitúan en la orilla. La vista desde ahí, estupenda, y encima comimos bien.


Regresamos por donde hemos venido y, dada la cantidad de oferta disponible, terminamos por comprar algún recuerdo.
Callejeando, callejeando, entre la enorme cantidad de gente que se agolpa por las calles (es domingo), vamos disfrutando del incomparable marco que nos rodea, con esa diversidad de edificios todos ellos decorados de una u otra manera, pero la mayoría bellísimos. 
Pasamos casi de refilón por la Plaza de la Ciudad Vieja para llegar hasta la Torre de la Pólvora y la Casa Municipal (Obecni Dum), un precioso edificio modernista construido en los primeros años del siglo pasado que, además, dispone de un agradable café. Parada obligada.


Nos damos por satisfechos con este primer día (no completo) en Praga y continuamos por la avenida de la República hasta nuestro hotel para un pequeño descanso.


Porque, evidentemente, no podemos acostarnos sin contemplar la Plaza de la Ciudad Vieja de noche. Simplemente, espectacular. Nos quedamos un buen rato. 
Hasta mañana.

domingo, 18 de septiembre de 2016

VIENA FUGAZ

Nos despedimos de Budapest bajo una tenue lluvia, que al salir a la carretera se convierte en torrencial.
Nuestra siguiente etapa nos conducirá a Viena, a donde llegamos a media mañana. Va a ser esta una visita fugaz, solo este día.
Desde nuestro hotel, situado en el Prater, nos dirigimos al centro con la intención de hacer un tour panorámico con nuestro coche, pero antes procede una parada porque no puede faltar la foto con la famosa noria.


Sí, esa noria tan cinematográfica que ya apareciera en "El tercer hombre", la obra maestra del cine de espías que dirigió Carol Reed en 1949, con Orson Welles y Joseph Cotten.
Viena nos recibe con un día desapacible. No llueve pero se levanta un viento importante. Aparcamos en el centro y nuestro primer contacto con la ciudad al salir a la superficie es el espléndido teatro de la Opera. 


A partir de ahí iniciamos nuestro acostumbrado callejeo, que nos lleva, primero, a la catedral de San Esteban; después, al Teatro Imperial; y, a continuación, a algo de lo más asombroso y estúpido que hemos visto en nuestra vida: ante la fachada del impresionante edificio del Ayuntamiento a alguna mente preclara no se le ha ocurrido otra cosa que autorizar la instalación del circo Roncalli, en todo el centro. Qué destrozo. No debía haber otro sitio en todo Viena.
Si levantaran la cabeza alguno de sus hijos más notables... Como el maestro Fritz Lang o Fred Zinnemann, que dirigió "De aquí a la eternidad", con Burt Lancaster.
Para pasar el mal trago, cruzamos a un cercano café a practicar una costumbre muy vienesa: departir tranquilamente en uno de esos establecimientos tan numerosos en la capital austriaca y tan escasos ya en nuestro Madrid.


Seguimos camino pasando por el Palacio Hofburg y los aposentos de la emperatriz Sissí, el Museo Albertina y algunos más, hasta que decidimos hacer un nuevo alto para comer. 


Y el postre no podía ser otro que la famosa tarta del cercano Hotel Sacher, donde hemos de hacer cola para poder entrar.
Nos recreamos en la suerte antes de volver a coger el coche para dirigirnos al Palacio Schonbrunn, ya casi en las afueras, que era donde sus majestades imperiales se solazaban en verano. 


Y eso es lo que vamos a hacer nosotros también en nuestro hotel para culminar esta breve estancia en Viena porque la tarde ya se ha puesto bastante imposible, con lluvia incluida.

sábado, 17 de septiembre de 2016

DE LA MAÑANA A LA NOCHE, GRAN BUDAPEST

Es viernes 16 de septiembre. Ya amanece en Budapest. Como nos recogimos temprano anoche, nos despertamos a tiempo de contemplar este amanecer, cuando todavía no aprieta el calor.


No es mala manera de empezar el día, que será el último nuestro aquí (de momento). 
No olvidamos que estamos en una ciudad muy cinematográfica. Aquí nacieron, por ejemplo, Michael Curtiz (Mihaly Kertesz), el insigne director de "Casablanca", con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, y Charles Vidor, el no menos insigne responsable de "Gilda", con Glenn Ford y Rita Hayworth.
Volvemos a tomar el mismo tranvía de ayer y esta vez conseguimos que el funicular nos suba a la zona del castillo de Buda.


El frescor del amanecer ha pasado a mejor vida, pero la vista que disfrutamos desde aquí no tiene precio. Paseamos, vemos museos, palacios, incluido el del presidente de la república de Hungría, y callejeamos por el barrio, hasta llegar a la imponente Iglesia de Matías.


¡Pero qué iglesias tan bonitas hay por esta parte del mundo! También espectacular en todos los sentidos. En el recorrido interior nos topamos con la primera referencia a una mujer sin lugar a dudas idolatrada por los húngaros de su época: la sin par Sissí, nacida en Baviera y convertida en emperatriz por mor de su matrimonio con el emperador Francisco José, pero cuya intervención en un conflicto a favor de los húngaros le granjeó su cariño. Y cómo no recordar las películas protagonizadas por Romy Schneider en los años 50.


Continuamos nuestro recorrido por el Bastión de los Pescadores, singular fortificación, hasta que ya exhaustos y acalorados, decidimos tomar  un taxi que nos devuelva a la base de la montaña y nos conduzca a la zona de los embarcaderos, otra vez en Pest, donde nuestros amigos tomarán un barco para dar un paseo por el Danubio esta tarde, mientras nosotros asistimos a un concierto en la Iglesia de Matías.
Compran sus tickets justo al lado de una sombreada terraza a la vera del río, que nos servirá de punto de descanso antes de ir a comer a un restaurante español que hemos localizado (hacía mucho).


Aquí tenemos que decir (sin cobrar un euro) que el Pata Negra Buda es el mejor restaurante español en el extranjero que conocemos (y conocemos unos cuantos). Con una extensa carta en la que todo lo que pedimos, no sólo estaba buenísimo, sino que nos sabía exactamente como en España, lo cual no nos ha ocurrido en casi ninguno. A saber: varias raciones de pan con tomate y jamón, gambas al ajillo, patatas bravas, costillas, chipirones a la plancha, y todo ello regado con  un vino Peñascal rosado frío (¡a 9 € la botella!). Comimos opíparamente por un precio más que razonable. Y no hablaban una palabra de español.


Tomamos el tranvía para volver al centro y luego el metro para llegar hasta la plaza de los héroes, junto a la cual se encuentran también, dentro de un gran parque, el otro clásico balneario de Budapest, el Széchenyi, y el castillo de Vajdahunyad.


Lamentablemente, no podemos recrearnos lo que nos gustaría porque unos tienen que embarcar y otros asistir al concierto mencionado. Así que retornamos al metro, y cada cual a su tema.


Cuando nos reencontramos en el hotel, unos relatamos nuestra increíble experiencia de concierto en el incomparable marco de la iglesia ya citada, a base de Mozart, Albinoni, Bach, etc., y los otros su espectacular recorrido fluvial en la noche.


Valga esta imagen como despedida de esta estupenda ciudad que es Budapest. No es de extrañar que Tomas Alfredson la eligiera para rodar, hace cinco años, "El topo", magnífica adaptación de la novela de John Le Carré, interpretada por Gary Oldman.

DE BUDA A PEST

Sin necesidad hoy de madrugar, empezamos nuestro primer día completo en Budapest sin salir del hotel en el que nos alojamos: el vetusto pero imponente Gellért que, además es balneario.


Después del desayuno, nos armamos de albornoz y al agua patos. Un buen rato de relax en esas aguas calientes, o muy calientes, o muy frías, que seguro nos vienen bien para nuestras articulaciones o para relajar músculos. En fin, pasamos un rato agradable y, sin más, nos echamos a la calle. Tenemos el tranvía en la puerta que nos lleva hasta el funicular que nos iba a subir al Castillo de Buda. 


Pero debemos cambiar de planes porque está averiado. Así que nos encaminamos al Parlamento cruzando el Danubio por el espectacular Puente de las Cadenas, y ya estamos en Pest.
Sigue haciendo calor pero no tardamos en llegar, a tiempo de presenciar un modesto cambio de guardia. Este edificio parlamentario es francamente espectacular visto desde cualquier ángulo.


Como no nos dejan entrar y casualmente hay una refrescada (con esos ventiladores de agua al uso) terraza justo al lado, no dudamos en tomarnos el primer descanso cervecero del día.
Reanudamos nuestro paseo por la ciudad encaminándonos a la avenida Andrassy, la superanimada calle donde se encuentran casi todas las tiendas más lujosas de Budapest.
Seguimos nuestro paseo hasta culminar otra etapa en la iglesia de San Esteban. Espectacular. Muy distinta a las que estamos acostumbrados, con una ornamentación francamente maravillosa.
Va siendo hora de comer y no queda lejos uno de los lugares más espectaculares de Europa: el café New York. Siguiendo la recomendación de una querida sobrina/prima, decidimos entrar a comer. Y mientras esperamos unos minutos a que nos encuentren acomodo, porque está abarrotado, tenemos tiempo de asombrarnos unas cuantas veces, aunque quizá en la foto no se perciba del todo. 


Hay lugares en los que casi da igual lo que comas (dentro de un orden, claro). Este es uno de ellos. Pero encima comimos bien y nada caro. Y con una música que lamentamos no poder reproducir aquí. Maravilloso.
Seguimos nuestro periplo hasta llegar a otro punto neurálgico de la ciudad: el Mercado Central. Pero ya son más de las siete y está cerrado, así que nos conformamos con verlo por fuera.


Decimos adiós a Pest y volvemos a sortear el Danubio por otro precioso puente de color verde que nos conduce directamente a nuestro hotel.
Y hasta mañana.

jueves, 15 de septiembre de 2016

POR LOS ALPES POLACOS, A LOS CÁRPATOS, HASTA BUDAPEST

Miércoles 14 de septiembre. Salimos temprano de Cracovia porque hoy nos espera un largo camino hasta Budapest. Más que largo en kilómetros, en dificultades, porque las carreteras no acompañan precisamente.
Nos dirigimos al sur, hacia la frontera con Eslovaquia, que es precisamente la zona más montañosa de Polonia, hasta el punto que la llaman los Alpes polacos. Son pocos los tramos de estas autovías tan sui generis que tienen en este país, con semáforos, giros a la izquierda, pasos de cebra, etc.
No tardamos en llegar a la frontera, y lo primero que hemos de hacer es pagar una especie de peaje por tener derecho a circular por el país; no ya por autovía alguna (inexistente), sino simplemente por circular. Diez euros, que valen para diez días.
(Quizá deberíamos tomar nota en España.)
Continuamos nuestro camino y nos adentramos en Eslovaquia, para atravesarla de norte a sur cruzando los Cárpatos. Ha cambiado el paisaje y todo es más verde. De autovías, nada.
Y llegamos a otra frontera. Pero vaya diferencia. Esta es grandiosa pues la conforma, nada más y nada menos, que el río Danubio. Pasamos de Eslovaquia a Hungría sorteando el enorme río a través de un puente de hierro en cuyo centro se nos delimita un país de otro.


Tanta belleza no nos libra de repetir el trámite fronterizo anterior. Otros diez euros para otros diez días, aunque esta vez parece que sí habrá autovías.
Y el primer pueblo húngaro que nos encontramos es Esztergon que nos sorprende gratamente. Así que decidimos parar y dar un paseo.


Cuando continuamos nuestro camino llevamos siempre el Danubio (aquí llamado Duna) a nuestra izquierda. Siguiendo su curso, no tardamos en llegar a Visegrad, población de la que ya teníamos noticia por su impresionante fortaleza en todo lo alto.
Es hora de comer, así que aplazamos la visita hasta reponer fuerzas convenientemente en un agradable lugar que encontramos a la orilla del río.


Lo que se ve en primer plano es gulash, plato típico húngaro a base de carne. Muy rico.
Cumplido el imprescindible trámite, ascendemos hacia la fortaleza, en coche, claro (ufff). Pero aún nos aguardan las inevitables escaleras y una rampa final de órdago.
Ciertamente, nos hubiéramos subido los tramos que hicieran falta para llegar a contemplar esto.
Son los meandros del Danubio. Sin palabras.


La fortaleza no está mal, pero ya casi es lo de menos.
Y seguimos hacia Budapest, a unos 40 kilómetros solo.
Vamos con tiempo de acomodarnos en nuestro hotel y dirigirnos al aeropuerto para recoger a unos amigos que llegan de Madrid, cuando nos informan de que llegarán con algo de retraso porque los controladores franceses están de paros. Casi nos alegramos porque así nos dará tiempo de descansar un poco.


Cuando les recogemos y volvemos a la ciudad ya es de noche, así que nos hacemos un tour panorámico con el coche. Una maravilla Budapest todo iluminado, partida en dos por el Danubio surcado por barcos también con sus luces.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

DE LA SAL A LA CATEDRAL

Hoy tocaba visita a una de las peculiaridades de la zona: la mina de sal de Wieliczka. Así que vamos para allá que no está lejos.
Aunque ya vamos mentalizados de la gran cantidad de escalones que habremos de bajar (hemos leído que unos 800) no por ello resulta sencillo. Después de pagar 20 € por la entrada, un precio muy caro para este país que es bastante asequible, iniciamos el descenso por una angosta escalera de madera que inicialmente nos lleva a 64 metros de profundidad después de unos 350 escalones.
A partir de ahí empieza el recorrido por una mina de sal que funciona desde hace unos 400 años y que aún hoy produce sal de mesa. Recorremos las galerías y, en diversas estancias, observamos con qué dificultades se enfrentaban los mineros.





Estatuas de sal, capillas (que llegó a haber unas 100 por toda la mina) y grandes espacios donde puede uno percatarse de la grandiosidad del lugar.
Un segundo tramo de otros 150 escalones nos lleva a 90 metros de profundidad. Más recorrido por estrechas galerías, un lago de agua salada y otras estancias. Hasta que otra bajada más nos hace descender a más de 115 metros y finalmente la última calculamos que a unos 135, donde nos encontramos con un enorme salón a modo de iglesia donde todo es de sal: paredes, suelo, estatuas y los relieves situados alrededor como la última cena. 





Espectacular. Merece la pena el esfuerzo, aunque solo sea porque es algo muy diferente a lo que estamos acostumbrados a ver. Ya solo queda otro recorrido por las galerías hasta llegar a un ¡ascensor! que nos conduce otra vez a la superficie.
En la superficie el calor aprieta cuando son más de las 12 de la mañana. Así que, después del esfuerzo minero, cuesta trabajillo llegar hasta el aparcamiento donde hemos dejado el coche.
Volvemos, pues, a Cracovia donde nos quedó pendiente la visita al interior de la catedral situada en lo alto de la colina Wawel. Arriba los corazones y superamos la pendiente.


Nuevamente, merece la pena esfuerzo. La catedral es sencillamente impresionante, también muy diferente a lo que estamos acostumbrados.
A donde ya no llego yo, sí Mariví, es a chuparme otros 70 escalones más para ver la famosa campana de Segismundo. Me conformo con lo de abajo, que ya es bastante.
Toca ya comer y descansar. Fundamentalismos, los justos, que ya vamos teniendo una edad. Así que una siestecita hasta que baje el calor.
Despedimos nuestra agradable estancia en Cracovia con un paseo nocturno y una última parada en esa gran plaza.



Y un par de detalles curiosos de este país del que ya apuramos las últimas horas. Primero que se despachan unas estupendas cervezas, pero que hay gente (sobre todo mujeres) que se la beben con pajita. Segundo, muchos fuman pero no se ven colillas por el suelo. A tomar nota.