lunes, 12 de septiembre de 2016

AUSCHWITZ SOBRECOGEDOR


Son las siete y media de la mañana cuando tomamos el camino de Auschwitz (Oswiecim en polaco) y en poco más de una hora llegamos a nuestro destino.


La entrada al campo de concentración nos recibe con el consabido rótulo "Arbeit macht frei" ("El trabajo os hará libres") y a partir de ahí se entra como en un espacio/tiempo distorsionado.
Por las "avenidas " entre los pabellones se respira como un silencio sobrecogedor, a pesar de la cantidad de gente que concurre. En cada uno de ellos se han establecido como una especie de exposiciones, a modo de museo, en las que se nos representan  todas las situaciones posibles para los confinados: desde lo que ocurría a su llegada, hasta como era su "vida" cotidiana, los uniformes que vestían, incluido un recorrido por las mazmorras subterráneas donde se les castigaba aún más (en alguna por lo visto solamente podía estar uno de pie).


Fotos de todos los tamaños y en diversas situaciones (incluidos los fusilamientos sumarios en un patio al que también entramos), así como restos de las pertenencias de los presos nos proporcionan de manera inequívoca la idea global de lo que supuso todo aquello. (Como para que algún descerebrado insinúe, aún a estas alturas, que todo fue un invento.)


Según se va pasando de una zona a otra, alambradas por doquier (entonces electrificadas), puestos elevados de vigilancia, casamatas, focos... Nos recuerda una gran película: "El niño con el pijama a rayas", dirigida en 2008 por Mark Herman, en la que dos niños se hacen amigos a través de las alambradas.
 Y para culminar esta primera parte, el colmo del despropósito y de la más abyecta perversión humana: los hornos crematorios, a los que se llega después de atravesar unas estancias absolutamente siniestras. Aquí ya el sobrecogimiento es profundo, casi imposible de describir con palabras. Quizá se perciba en la foto. 


Pero es que todavía hay una segunda parte. Como a los nazis se les empezó a quedar pequeño este campo, establecieron otro, no lejos, increíblemente más grande: Auschwitz II-Birkenau. 



Aquí es donde ya llegaban los trenes con sus vagones de mercancías repletos de seres humanos hacinados como animales: principalmente, judíos pero también gitanos, homosexuales, y en definitiva todos aquellos que el denominado III Reich consideraba desechos de la (su) sociedad.
Aquí ya no eran pabellones de ladrillo, sino simples barracones de madera donde se hacinaban los presos, letrinas incluidas. Inmenso el campo, aunque solo pudimos ver tres barracones. Muchos de los que existieron fueron derribados o quemados, por lo que solo se conservan ruinas. Pero se perciben claramente las dimensiones del lugar.


Francamente penoso. Sale uno verdaderamente afectado solo de imaginar que te hubiera podido pasar a ti.
Volvemos a Cracovia y, para no perder el hilo, nos dirigimos al Barrio judío. Afortunadamente, hoy es una zona de la ciudad muy animada y agradable, con numerosos bares, restaurantes, un mercadillo, etc. Nos quitamos de encima la congoja comprobando que hoy las cosas han cambiado. Del gueto no queda ni rastro. Callejeamos y comemos en el barrio. 


Intentamos visitar la fábrica de Oskar Schindler, ahora convertida en museo, pero ya está cerrada. Veremos si nos da tiempo de ir. Y si no, a la vuelta, en casa, veremos "La lista de Schindler", magnífica y oscarizada película que Steven Spielberg rodó aquí con Liam Neeson y Ben Kingsley hace más de veinte años pero que siempre merece una revisión.

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