martes, 20 de septiembre de 2016

DEL CASTILLO AL MONTE PETRIN, POR LAS ALTURAS DE PRAGA

Lunes 19 de Septiembre. Empieza el día con el mejor deseo de felicidad para una compañera de vida que cumple años en este día (no cometeré la descortesía de decir cuántos).
Continúa nublado y fresco, pero no llueve. Y es que ese empedrado humedecido de las calles de Praga recuerda que aquí rodó Tom Cruise la primera "Misión: Imposible" hace 20 años.
La siguiente obligación ineludible en Praga, por supuesto, es la zona del Castillo que preside la ciudad desde lo alto. Tomamos primero el metro, que nos deja en la base de la colina, y a continuación, para llegar hasta arriba, un tranvía equivocado (¡!) del que nos bajamos a medio camino para empalmar con el que corona la empinada cuesta.


Pero llegamos y accedemos al recinto, según los checos, el castillo más grande del mundo, fundado en el siglo X y que originalmente fue residencia de los príncipes y reyes checos. En la actualidad, es la residencia del presidente de la República Checa.


Sin lugar a dudas merece la pena la mañana que dedicamos al lugar. Sobre todo, la catedral de San Vito, espléndida; el viejo Palacio Real, otra basílica, otra capilla... 


Y la Callejuela del Oro, con sus casitas con diversas decoraciones y otras más en las que te venden de todo.
Y, por último, las magníficas vistas que se nos ofrecen de la ciudad, a pesar de que está nublado.


Nos armamos de valor y bajamos andando. Así que cuando llegamos abajo no quedó más remedio que detenernos a descansar. Era nuestra hora, y allí se presentó ante nosotros un pequeño y agradable bar mexicano (¡!) que nos supo a gloria.


De nuevo al metro para dirigirnos a la zona donde planeábamos comer y pasar la tarde. Un metro que interrumpió por completo el servicio por primera vez en su historia para que Ridley Scott rodara hace un par de años la recomendable película "El niño 44".
Lo primero íbamos a hacerlo en la taberna más antigua de Praga, llamada "U Fleku", pero casi antes de sentarnos pretendían servirnos unas jarras de cerveza negra que no habíamos pedido. Cuando las rechazamos nos dijeron, de malos modos, que no había otra, así que nos largamos. No lejos, encontramos otra parecida, llamada "U Bubenicku", donde comimos estupendamente y sin imposiciones. 


Por cierto, degustamos dos versiones distintas de gulash, plato típico de estas tierras a base de carne como estofada, riquísimo.
De camino hacia nuestro siguiente objetivo, el funicular, nuestro infalible radar detecta uno de los cafés también típicos de estas ciudades. No nos resistimos.
Cerca nos queda el funicular que sube al monte Petrin, un agradable parque con una réplica en pequeño de la Torre Eiffel y desde donde también hay una buena vista de la ciudad.
De nuevo al nivel del río, continuamos nuestro paseo hasta llegar a la iglesia donde se encuentra El Niño Jesús de Praga, famosa, venerada y diminuta imagen del pequeño hijo de Dios.


Seguimos para volver a cruzar el puente de Carlos y, tras el descanso obligado en el hotel, salimos a cenar a nuestra plaza preferida. Una rutina, vamos. Pero ¡qué rutina!

No hay comentarios:

Publicar un comentario