miércoles, 14 de septiembre de 2016

DE LA SAL A LA CATEDRAL

Hoy tocaba visita a una de las peculiaridades de la zona: la mina de sal de Wieliczka. Así que vamos para allá que no está lejos.
Aunque ya vamos mentalizados de la gran cantidad de escalones que habremos de bajar (hemos leído que unos 800) no por ello resulta sencillo. Después de pagar 20 € por la entrada, un precio muy caro para este país que es bastante asequible, iniciamos el descenso por una angosta escalera de madera que inicialmente nos lleva a 64 metros de profundidad después de unos 350 escalones.
A partir de ahí empieza el recorrido por una mina de sal que funciona desde hace unos 400 años y que aún hoy produce sal de mesa. Recorremos las galerías y, en diversas estancias, observamos con qué dificultades se enfrentaban los mineros.





Estatuas de sal, capillas (que llegó a haber unas 100 por toda la mina) y grandes espacios donde puede uno percatarse de la grandiosidad del lugar.
Un segundo tramo de otros 150 escalones nos lleva a 90 metros de profundidad. Más recorrido por estrechas galerías, un lago de agua salada y otras estancias. Hasta que otra bajada más nos hace descender a más de 115 metros y finalmente la última calculamos que a unos 135, donde nos encontramos con un enorme salón a modo de iglesia donde todo es de sal: paredes, suelo, estatuas y los relieves situados alrededor como la última cena. 





Espectacular. Merece la pena el esfuerzo, aunque solo sea porque es algo muy diferente a lo que estamos acostumbrados a ver. Ya solo queda otro recorrido por las galerías hasta llegar a un ¡ascensor! que nos conduce otra vez a la superficie.
En la superficie el calor aprieta cuando son más de las 12 de la mañana. Así que, después del esfuerzo minero, cuesta trabajillo llegar hasta el aparcamiento donde hemos dejado el coche.
Volvemos, pues, a Cracovia donde nos quedó pendiente la visita al interior de la catedral situada en lo alto de la colina Wawel. Arriba los corazones y superamos la pendiente.


Nuevamente, merece la pena esfuerzo. La catedral es sencillamente impresionante, también muy diferente a lo que estamos acostumbrados.
A donde ya no llego yo, sí Mariví, es a chuparme otros 70 escalones más para ver la famosa campana de Segismundo. Me conformo con lo de abajo, que ya es bastante.
Toca ya comer y descansar. Fundamentalismos, los justos, que ya vamos teniendo una edad. Así que una siestecita hasta que baje el calor.
Despedimos nuestra agradable estancia en Cracovia con un paseo nocturno y una última parada en esa gran plaza.



Y un par de detalles curiosos de este país del que ya apuramos las últimas horas. Primero que se despachan unas estupendas cervezas, pero que hay gente (sobre todo mujeres) que se la beben con pajita. Segundo, muchos fuman pero no se ven colillas por el suelo. A tomar nota.

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